Nuevo párraos últimos fulgores del sol van desapareciendo; por el tragaluz ya

sólo se escurre una débil y difusa claridad. Las monedas vuelven

a la recia y sólida arca. El anciano cierra la puerta con un cerrojo,

con dos, con una armella, con unas barras de hierro, y luego asciende, lento, por la angosta escalerita. Ya está en la casa. La casa se levanta en un extremo del pueblo; se halla rodeada de extenso vergel, y tiene,

a un lado, una accesoria para labriegos y servidumbre. El anciano camina

lentamente por la casa; su índica –el de la mano derecha- pasa y repta sobre la curvada nariz. Al pasar por un corredor ha visto el viejo una puerta

abierta; esta puerta ha mandado él que esté siempre cerrada. Se detiene

un momento el viejo; da una voz de pronto; le enardece la cólera; acude un

criado; el viejo impropera al criado, se acerca a él, le grita en su propia cara.

Tiembla el pobre servidor, y prorrumpe en palabras de excusa. Y el viejecito

de la barba larga prosigue su camino. De pronto se detiene otra vez; ha

visto sobre un mueble unas migajas de pan. La cosa es insólita. No puede

creer el anciano lo que ven sus ojos. Llegarán, por este camino, a dispersar,

destruir su hacienda. Han estado aquí, sin duda, comiendo pan -pan salido,

indudablemente, de la despensa-, y han dejado caer unas migajas. Y ahora

su cólera es terrible. La casa se hunde a gritos; la mujer del viejo, los hijos,

los criados, todos, todos, le rodean suspensos, temblorosos, mohinos, tristes.

Y el viejo prosigue con sus gritos, con sus denuestos, con sus improperios,

con sus injurias.

La hora de cenar ha llegado. Antes ha conversado el anciano con los cachicanes que llegan todas las noches de las heredades cercanas. Todos han

de darle cuenta- cuenta menudísima, detallada- de la jornada diaria. No

puede acostarse ningún día el viejo sin que sepa, concretamente, en qué

se ha gastado el más pequeño dinero y qué es lo que han hecho, minuto

por minuto, todos sus servidores. La relación de los labrantines se desliza

El Primer Milagro



Cuento de Navidad

José A. Martínez, “Azorín”

La tarde va declinando; se filtran los postreros

destellos de sol por el angosto ventanito del sótano. Todo está en silencio. Las manos del anciano van removiendo, como si fuera una blanda

masa, el montón de monedas de oro, relucientes,

que está sobre la mesa. El anciano tiene una larga barba entrecana; los ojos aparecen hundidos. 

88 PANDERETA 2013

entreverada por los gritos y denuestos del anciano. Y todos sienten ante él

un profundo pavor.

El pastor se ha retrasado un poco esta noche. El pastor regresa de los prados próximos al pueblo, todas las noches, poco antes de sentarse a la mesa

el anciano. El pastor apacienta una punta de cabras y un hatillo de carneros.

Cuando llega, después de la jornada, por la noche, encierra su ganado en

una corraliza del huerto y se presenta al amo para dar cuenta de la jornada

del día. El anciano, un poco impaciente, se ha sentado a la mesa. Le intriga la tardanza del pastor. La cosa es verdaderamente extraña. A un criado

que tarda en traerle una vianda -retraso de un minuto-, el anciano le grita

desaforadamente. El criado se desconcierta; un plato cae al suelo; la mujer

y los hijos del viejo se muestran despavoridos; sin duda, ante esta catástrofe

–la caída de un plato-, la casa se va a venir abajo con el vociferar colérico,

iracundo, tempestuoso, del viejo. Y, en efecto, media hora dura la terrible

cólera del anciano. El pastor aparece en la puerta; trae cara de quien va a ser

ajusticiado; en mal momento va a dar cuenta de su misión del día.

- ¿Ocurre alguna novedad?- pregunta el viejo al pastor

El pastor tarda un instante en responder; con el sombrero en la mano,

mira absorto, indeciso, al señor.

- Ocurrir, como ocurrir- dice al cabo-, no ocurre nada…

- Cuando tú hablas de eso modo es que ha ocurrido algo…

- Ocurrir, como ocurrir… -repite el pastor dando vueltas entre las manos

al sombrero.

- ¡Sois unos idiotas, mentecatos, estúpidos! ¿No sabéis hablar? ¿No tienes

lengua? Habla, habla…

Y el pastor, trémulo, habla. No ocurre

novedad, no ha sucedido nada durante el

día. Los carneros y las

cabras han pastado,

como siempre, en los

prados de los alrededores. Los carneros y

las cabras siguen perfectamente; han pastado bien; si, han pastado como todos los

días… El viejo se impacienta.

-¡Pero, idiota, acabarás de hablar! – griEl anciano, un poco impaciente, se ha sentado a la mesa ... ta colérico.

ASOCIACION DE BELENISTAS DE ELCHE 89

Y el pastor dice, repite, torna a repetir que

no ha ocurrido nada.

No ha ocurrido nada;

pero en el establo que

se halla a la salida del

pueblo, junto a la era

-establo y era propiedad del señor-, ha visto, cuando regresaba el

pastor a casa, una cosa

que no había visto antes. Ha visto que dentro

del establo había gente.

El viejo, al escuchar

esas palabras, da un salto. No puede contenerse; se levanta, se acerca

al pastor y le grita:

-¿Gente en el establo? ¿El establo que

está junto a la era? Pero…, pero ¿es que no se respeta ya la propiedad? ¿Es

que os habéis propuesto arruinarme todos?

El establo son cuatro paredillas ruinosas; la puerta -de madera carcomida, desvencijada- puede abrirse con facilidad; una ventanita, abierta en la

pared del fondo, da a la era. Ha entrado gente en el establo; se han instalado allí; pasarán allí la noche; tal vez estén viviendo allí desde hace días. Y

todo esto en la propiedad, en la sagrada propiedad del viejo. Y sin pedirle

a el permiso. Ahora la tormenta de cólera es tan grande, más grande, más

estruendosa que antes. Sí, sí; indudablemente todos se han propuesto arruinar al pobre anciano; todos, descuidados, manirrotos, sin parar atención en

la hacienda, se han propuesto que este anciano acabe en la pobreza, en la

miseria. El caso de ahora es terrible; no se ha visto nunca cosa semejante;

nunca ha entrado nadie en una propiedad –casa o tierra – de este viejo

señor. Y el viejo señor, ante hecho tan peregrino, estupendo, decide ir él

mismo a comprobar el desafuero, a remediarlo, a echar del establo a esos

vagabundos.

¿Qué gente era? – le pregunta al pastor

Pues eran…, pues eran -replica titubeante el pastor- pues era un hombre

y una mujer.

¿Un hombre y una mujer? Pues ahora veréis.

Y el viejo de la larga barba ha cogido su sombrero, ha empuñado el bastón y se ha puesto en camino hacia la era próxima al pueblo.

Ha visto que dentro del establo habia gente ...

90 PANDERETA 2013

La noche es clara, límpida, diáfana; brillan –como

las moneditas de oro antes– las estrellitas en el cielo. Todo está sosegado; el

silencio es grato, profundo. El anciano va caminando solo, nerviosamente, vibrando de cólera. Da fuertes golpazos con el callado

en el suelo. La silueta del

establo ante la blancura

de la era, se percibe a lo

lejos, sobre el cielo de un

azul oscuro. Ya va llegando el anciano a las paredillas ruinosas. La puerta

está cerrada. La mano del

viejo pasa y repasa por la

luenga barba. No quiere

el viejo penetrar de pronto por la puerta. Se detiene un momento, y luego,

despacito, se va acercando

a la ventanita que da a la

era. Se ve dentro un vivo

resplandor. El anciano va a aplicar su cara hacia la ventana. Y sus ojuelos

vivarachos están cerca del angosto hueco. La mirada del anciano penetra en

lo interior. Y, de repente, el viejo lanza un grito, un grito que se esfuerza, un

segundo después, por reprimir. La sorpresa ha paralizado los movimientos

del anciano. A la sorpresa sucede la admiración, a la admiración, la estupefacción profunda. Todo el cuerpo del anciano está clavado junto a la pared

con sólida inmovilidad. La respiración del viejo es anhelosa. Jamás ha visto

el viejo lo que ha visto ahora; esto que el anciano contempla no lo han contemplado, sin duda, nunca ojos humanos. No se aparta la mirada del viejo

del interior del establo. Pasan los minutos, pasan las horas insensiblemente.

El espectáculo es maravilloso, sorprendente. ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

¿Cómo medir el tiempo ante tan peregrino espectáculo? Tiene la sensación

el anciano de que han pasado muchas horas, muchos días, muchos años… El

tiempo no es nada al lado de esta maravilla, única en la tierra.

Regresaba lentamente, absorto, meditativo, el vio a su casa de la ciudad.

Han tardado en abrirle la puerta, y él no ha dicho nada. Dentro de la casa,

una criada ha dejado caer la vela cuando iba alumbrándole, y él no ha tenido ni la más leve palabra de reproche. Con la cabeza baja, reconcentrado,

iba andando por los corredores como un fantasma. Su mujer, que le ha recibido en una sala, al hacer un movimiento brusco, ha derribado un mueble;

¿Como medir el tiempo ante tan peregrino espectáculo? 

ASOCIACION DE BELENISTAS DE ELCHE 91

han caído al suelo unas figuritas, y se han roto. El anciano no ha dicho nada.

La sorpresa ha paralizado a la esposa del caballero. La sorpresa, el asombro

ante la insólita mansedumbre del viejo ha sobrecogido a todos. El anciano,

encerrado en un profundo mutismo, se ha sentado en un sillón. Sentado, ha

dejado caer la cabeza sobre el pecho, ha estado meditando un largo rato.

Le han llamado después –como se llama a un durmiente- , y él, con mansedumbre, con bondad, dócilmente cual un niño, se ha dejado llevar hasta la

cama y ha consentido que le fueran desnudando. Y a la mañana siguiente,

el viejo ha continuado silencioso, absorto; a unos pobres que han llamado

a la puerta les ha entregado un puñado de monedas de plata. De su boca

no sale ni la más leve palabra de cólera. La estupefacción es profunda en

todos. De un monstruo se ha trocado en un niño el viejo señor. Su mujer, los

hijos, están alarmados; no pueden imaginar tal cambio; algo grave debe de

ocurrirle al viejo; durante su paseo, por la noche, a la era, al establo, algo ha

debido de ocurrirle. Esta mansedumbre de ahora es acaso más terrible que

las cóleras de antes; acaso pueda ser nuncio este abatimiento de algún grave mal. Todos miran, observan, examinan al anciano en silencio, recelosos,

inquietos. No se deciden a interrogarle; él se obstina en su mutismo. Y la

mujer, al cabo, dulcemente, con precauciones, interroga al anciano. El coloquio es largo, prolijo; el viejo no accede a revelar su secreto. Y al cabo, tras

el mucho porfiar, con dulzura, de la mujer ha puesto, para hablar, para hacer

la revelación suprema, sus labios. El asombro se pinta en la cara de la esposa.

¡Tres reyes y un niño! – exclama sin poder contenerse.

Y el anciano le indica que calle, poniéndose el índice de través en la boca.

Sí, sí, la mujer callará. Callará, pero pensará siempre lo que está pensando

ahora. No sabe la buena señora qué es peor, si lo de antes – la cólera de antes – o esta locura, sí, locura, de ahora. ¡Tres reyes en un establo y un niño!

Evidentemente; durante su paseo nocturno debió de ocurrirle algo al anciano. Poco a poco se

difunde por la

casa la noticia de

que la mujer del

anciano conoce el

secreto de éste;

preguntan los hijos a la madre; la

madre se resiste

a hablar; al cabo,

pegando la boca

al oído de la hija,

revela el secreto

del padre. Y la exclamación no se

hace esperar.

El anciano ha continuado silencioso, absorto ...

92 PANDERETA 2013

- ¡Qué locura! ¡Pobre!

La servidumbre se enteran de que los hijos conocen la causa del mutismo

del señor; no se atreven, por lo pronto, a interrogar a los hijos; al cabo, una

sirvienta anciana, que lleva en la casa treinta años, pregunta a la hija. Y la

hija, poniendo sus labios a la par del oído de la anciana, le dice unas palabras.

¡Oh, qué locura! ¡Pobre, pobre señor! – exclama la vieja.

Poco a poco la noticia se ha ido difundiendo por toda la casa. Sí; el señor

está loco; padece una singular locura; todos mueven a un lado la cabeza

tristemente, compasivamente, cuando hablan del anciano. ¡Tres reyes y un

niño en un establo! ¡Pobre señor!

Y el viejo de la larga barba, sin impaciencias, sin irritación, sin cóleras,

va viendo, en profundo sosiego, cómo pasan los días. A la mansedumbre se

junta en su persona la persona la liberalidad. Da de su dinero a los pobres,

a los necesitados; tiene palabras dulces para todos, exorables. Y todos en la

casa, asombrados, recelosos, entristecidos –sí, entristecidos-, le miran con

mirada larga y piadosa. El señor se ha vuelto loco; no puede ser de otra manera. ¡Tres reyes en un estado! La mujer, inquieta, va a buscar a un famoso

doctor. Este doctor es un hombre muy sabio; conoce las propiedades de los

simples, de las piedras y las plantas. Cuando ha entrado el doctor a la casa le

han conducido a presencia del viejo; ha dejado éste hacer al doctor; parecía

un niño, un niño dócil y débil. El doctor le ha ido examinando; le interrogaba sobre la vida, sobre sus costumbres, sobre su alimentación. El anciano

sonríe con dulzura. Y cuando le ha revelado su secreto al doctor, después de

un prolijo interrogatorio, el doctor ha movido la cabeza, asistiendo, como se

asiente, para no desazonarlo, a los despropósitos de un loco.

Este doctor es un hombre muy sabio ...

ASOCIACION DE BELENISTAS DE ELCHE 93

-Sí, sí –decía el doctor-. Sí, sí; es posible. Sí, sí; tres reyes y un niño en un

establo.

Y otra vez tornaba a mover la cabeza. Y cuando se han despedido, en el

zaguán, a la mujer del anciano, que le interrogaba ansiosamente, ha dicho:

-Locura pacífica, sí; una locura pacífica. Nada de peligro; ningún cuidado.

Loco, sí, pero pacífico.

Esperemos… fo